“No hay mal que dure cien años ni pueblo que lo resista” dice el refrán…
La maldición del oro negro este año llega a su cumpleaños número 100. El 15 de abril de 1914 Juan Vicente Gómez inauguró el primer campo petrolero de importancia en el país. Mene Grande, puso el nombre de Venezuela en el mapa de los países productores de petróleo.
La maldición del oro negro este año llega a su cumpleaños número 100. El 15 de abril de 1914 Juan Vicente Gómez inauguró el primer campo petrolero de importancia en el país. Mene Grande, puso el nombre de Venezuela en el mapa de los países productores de petróleo.
Desde entonces, el preciado hidrocarburo ha sido el protagonista de la novela venezolana. A manos de un dictador, que hasta permitió que la ley petrolera de Venezuela se escribiera por los norteamericanos, abrió paso a lo que debió haber sido la bendición más grande para el pueblo venezolano.
El poco desarrollo que se vio en la infraestructura, fue desde que Medina Angarita comenzó el camino a la nacionalización del petróleo. Sin andar con mucho regodeo, Venezuela, su pueblo, y los líderes que han elegido han tenido un siglo para hacer de este país una maravilla inimaginable.
Pero parece ser, que cada vez que el pueblo elige un nuevo líder, con la esperanza de ver el país mejorar, ese líder termina su periodo sin mucha evidencia de progreso. Periodos van, periodos vienen, presidentes son electos, otros derrocados. El regodeo de quien se sienta en la última silla caliente del juego parecer ser tan venenoso, que ha mantenido a una nación entera no en un segundo, sino un tercer plano.
Mientras tanto, esa nación que no forma parte del “chiste” es comprada por bajo precio y promesas incumplidas, haciéndolas insensibles al hecho de que no importa quien este al mando, la caca siempre huele igual.
Esa resignación intrínseca que se ha venido forjando en la cultura del venezolano, ha jugado un papel crucial en la facilitación de los medios para que esos líderes desfalquen una nación una y otra vez a plena luz del día sin tener quien reclame.
Esa dejadez, que no permite que el proceso de pensamiento optimista y desarrollado se consume en sus cabezas, ha sido cómplice silente de la corrupción indómita de los políticos venezolanos. Es un mal colectivo, que cien años ha durado y su cuerpo aun resiste.
Este siglo de lo que debió ser abundancia, no ha sido más que el escenario de un pueblo que pide migajas y de un cuerpo político que se las da, muestra de un ciclo vicioso, donde el gobierno paternalista le dice a su pueblo sapo y el pueblo brinca.
Ahora que vemos que el mal no es del cuerpo, sino de la mente, y que puede durar más de cien años, es mi esperanza que el despertar de una generación sea el comienzo de una cura de una megalomanía colectiva que ha mantenido a todos los venezolanos en un vaivén de viajes a ninguna parte.
De otra forma, seguiremos siendo el patio trasero de las economías globales, el circo de las sociedades desarrolladas y la cifra devastadora que encabeza la tabla de la crisis mundial.